Era una noche fría de invierno, los niños estaban
jugando al balón hasta que escucharon un estruendoso ruido...
Venía de la casa de
Charlie, un hombre solitario que vivía con todos sus gatos y que los usaba para hacer mantas con sus pieles. Al
instante empezó a salir humo del desván, los niños fueron a investigar pero de
repente se apagaron las luces. Por suerte, uno de los niños llevaba el móvil,
encendió la linterna, pero no tenía casi batería. Por lo cual, decidieron
continuar. Se escuchaban martillazos,
los ratones cruzaban por sus piernas, se dieron la vuelta y vieron una
sombra cruzar, se asustaron y salieron corriendo. Las puertas estaban cerradas,
las luces se encendieron, se escuchaban ruidos muy extraños, las ventanas se
abrían y se cerraban, los cajones se abrieron y de pronto apareció Charlie.
Los martillazos los daba él intentando abrir una
lata de fabada para comer. La gente pensaba que Charlie era mala persona y los
niños se hicieron amigos de él.
Abrió las puertas y la gente aplaudía a los niños y
de pronto sacó su lado malo y se convirtió en vampiro. Empezó a romper todo lo
que pillaba, sacó sus alas y echó a volar, salió por la ciudad, mientras le salía fuego de la boca, y gritó:
-¡¡¡ jajajajajaja
voy a destruir la ciudad!!!
Y de pronto salió un bombero de la nada y le dijo:
-Chico, puedes ser todo lo que tú quieras en la
vida, pero sobre todo haz feliz a la gente. Deja de volar y sonríe a la vida.
Javier Vila
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